Adriana Capilla Ibáñez

Miravalles Alumni

Adriana Capilla Ibáñez, ha logrado su sueño a los 29 años: trabajar en Alemania como ingeniera aeronáutica para Airbus Defence and Space. Esta antigua alumna de Miravalles (28 promoción) lo tiene claro: “Si salí adelante fue por una serie de valores de los que, sin darme cuenta, me había empapado años atrás: la cultura del esfuerzo, el levantarse después de caer y el compañerismo, porque sólo no se llega a ninguna parte”.

Entrevista realizada por Miravalles Alumni.

No hay muchas mujeres ingenieras aeronáuticas…

Mis padres se dedican al diseño y a la arquitectura. Desde pequeña me trasmitieron la pasión por ese mundillo y durante muchos años quise estudiar arquitectura en Pamplona. Pero en una de las actividades que organizó el colegio para orientarnos con la elección de la carrera, descubrí que existía algo llamado Ingeniería aeronáutica. El espacio siempre me había fascinado, pero jamás se me había ocurrido pensar que podría ser una opción, lo veía como algo fuera de mi alcance. Mi familia y el colegio me animaron y me pusieron muchos medios para poder informarme. Y llegó el momento de tomar una decisión: o bien me quedaba en Pamplona, estudiando Arquitectura, para mí una apuesta segura, o bien daba un salto al vacío y me lanzaba a algo que me flipaba pero que veía como un sueño borroso, sin saber si sería capaz de alcanzarlo. Finalmente estudié Ingeniería Aeronáutica en la Universidad Politécnica de Madrid.

No parece una carrera de las fáciles.

Mucha gente me repetía que iba a ser un esfuerzo tremendo, algo que no podría imaginar. Pero desde pequeña me han inculcado el espíritu de superación, el ser valiente y dar un paso más, cómo me decía una profesora de Bachillerato: Vuela alto, ¡puedes! No sabe esta profesora (qué bonito sería saber el nombre de la profesora) la de veces que me he repetido esa frase desde entonces. Pienso que en la vida puedes simplemente planear cómodamente o impulsarte, luchar e intentar volar más alto. Mi experiencia es que merece la pena intentarlo. No siempre se gana, pero siempre se aprende y eso de por sí es un triunfo.

Pero eras buena estudiante.

El hecho cierto es que me lancé y acto seguido llegó mi primer gran tortazo. No me meto en detalles, pero para que os hagáis una idea, llegué a tener notas negativas (sí, eso existía), hasta el punto de que las celebraba cuando eran menos negativas que la convocatoria anterior. Recuerdo que el primer día de clase, el director nos recibió en el salón de actos y nos dijo: Miren ustedes a sus compañeros sentados a su derecha e izquierda, y ahora sepan que sólo uno de los 3 terminará la carrera. Así fue y yo salí adelante.

Supiste levantarte.

Tengo claro que es por una serie de valores de los que, sin darme cuenta, me había empapado durante muchos años: la cultura del esfuerzo, el levantarse después de caer y el compañerismo, porque sólo no se llega a ninguna parte. El compañerismo fue especialmente importante en ese ambiente tan árido que ya nos adelantó el director con su bienvenida. Estos valores junto con el apoyo de mi familia son los que me mantuvieron y mantienen en la lucha.

Y al terminar la carrera…

Después de un par de trabajos en Madrid, hice amistad con unos alemanes que trabajaban donde estoy ahora. Y pensé en lo interesante que sería mudarme de país, aprender otro idioma, vivir otra cultura y aprender como trabajan allí. Se repetía la situación: en Madrid estaba bien, Alemania era un reto, no sabía si sería capaz de lograrlo pero… ¿por qué no? Así que vuela alto, ¡puedes! y allí que me fui. Llegué sin conocer a nadie y con un nivel de alemán precario. Y otra vez a caer y levantarse, está vez algo más complicado por el problema del idioma y el shock cultura, pero al final se sale adelante.

Un trabajo en un mundo de hombres.

Lo de que haya pocas mujeres, en España no me había llamado la atención nunca, pero aquí (en mi industria) es un hecho que no están acostumbrados a trabajar con mujeres. Como anécdota os contaré que un día estábamos trabajando en un hangar de una base militar y no podíamos salir de ahí sin la escolta de un soldado. Dentro del hangar sólo había baño de hombres, el de mujeres más cercano estaba a unos 150 metros en otro edificio. Me resultó tan incómodo pedirle a un soldado que me acompañara al baño, que me aguanté durante las casi 14 horas que estuvimos allí. Esto es gracioso, pero en el trabajo diario es duro, pues tengo la sensación de que para que te respeten, tienes que demostrar lo que vales siempre de antemano. De primeras, el respeto no está garantizado.

Parece que no es fácil progresar.

Pero de nuevo ahí está mi familia para recordarme día a día lo que me han transmitido desde enana. Que hay que ser una luchadora, valiente y siempre fiel a los valores. Reconozco que me ha costado mi sufrimiento, pues no es fácil abrirte hueco “por las buenas”, pero después de unos años estoy muy satisfecha. Me doy cuenta de que aunque mi planta haya tardado más en florecer que la de algún compañero, ha florecido mucho más fuerte. De hecho, hoy superviso el trabajo de alguno de los que inicialmente ascendieron muy rápido (con “otros métodos”). Los valores es algo que de primeras no se tiene en cuenta pero que todo el mundo nota que están ahí y aunque no sepan nombrarlos, marcan la diferencia. Y sobre todo, son “contagiosos”.

La importancia del equipo.

Tengo otra anécdota para explicar mejor esto último. Hace unos meses comenzó un nuevo proyecto y solicitaron expresamente que fuera mi equipo el que se encargara de la calidad. Cuando mi jefe preguntó que por qué mi equipo y no otro, la respuesta fue: porque no actúan como policías, sino como ángeles de la guarda. Es cursi y no somos los ángeles de la guarda de nadie, pero la diferencia que ellos intentaron expresar, no son más que los valores. Por el carácter de mi puesto tengo que supervisar el trabajo de otras personas. Y si no tienes trato ninguno con esa gente, y simplemente apareces cuando te entregan algo para decirles que lo han hecho mal, entiendo que sientan que somos policías poniéndoles una multa.

Hay que preocuparse por los demás.

Lo que ellos llamaron ángel de la guarda no es más que preocuparse por las personas, un qué tal estás cuando sabes que alguien no lo está pasando bien, ser paciente con el que pueda tener un mal día, a veces toca echar un capote y comerse un “marrón” de un compañero… Son cosas que a los que hemos tenido la suerte de formarnos en familias y colegios maravillosos, nos parecen básicas; pero no, no lo son para todo el mundo. Cierto es que no aportan nada al trabajo desde el punto de vista estrictamente técnico, pero cambia radicalmente el ambiente de trabajo y se nota en los resultados. Y la prueba es que aunque no sepan ponerle nombre, la gente lo reconoce y lo busca.

Mi consejo a una alumna.
Si alguna alumna se estuviera planteando estudiar la misma carrera, no podría menos que ser sincera con ella. La verdad es que es una carrera muy dura y sólo la recomendaría a quien se quiera dedicar a este mundillo. Hay otras ingenierías que te dan una formación maravillosa, que no requieren invertir tantos años de estudio (en mi época teóricamente eran 5 años, pero la media eran 8…) y con ese tiempo que ganas puedes dedicarlo a especializarte en el campo que te interese con un máster o ya en el ámbito laboral. Creo que es mucho más eficaz hacerlo de esa manera. Si realmente se quiere dedicar a esto, ¡adelante! Es duro, pero que nadie le quite la ilusión, hay que luchar por los sueños. Y por supuesto, estoy disponible para cualquier consulta que quieran hacerme, que os voy a contar yo. Pero es un mundo apasionante del que por no tenerlo cerca, normalmente no conocemos mucho.

En la vida puedes planear cómodamente o impulsarte e intentar volar más alto

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